RESEÑA DE LA NOVELA :OJOS AZULES
La obra Ojos Azules de la
escritora afroestadunidense Toni Morrison, aparte de ser su primera novela,
examina los trágicos efectos de la imposición de la raza blanca de clase media,
en ella se evidencian abiertamente los ideales americanos de la belleza, frente
a esto como un espejo que distorsiona las imágenes aparece el rostro de Pecola,
una niña afroamericana en busca de la identidad femenina, desarrollándose en
medio de las distinciones que producto de la condición racial afectan a la
población negra durante la década de 1940.
La historia esta inspirada
en una conversación que Morrison tuvo una vez con una compañera de escuela de
primaria que deseaba tener los ojos azules. La conmovedora novela muestra la
devastación psicológica de una joven negra, Pecola Breedlove, que busca el amor
y la aceptación en un mundo que niega y devalúa
a la gente de su propia raza.
Pecola,
la protagonista, desesperadamente anhela poseer las normas convencionales
americanas de belleza femenina, es decir, piel blanca, pelo rubio y los ojos azules, característica
física sobre la cual se centra con mayor vehemencia la protagonista. Ella desea
responder a los iconos establecidos, a las tradiciones estéticas popularizadas
de la cultura blanca.
La
obra presenta un breve capitulo en el que Pecola,
la malograda protagonista, habla en una especie de monólogo interior en el que
acaba enlazando todas las palabras como si a la pobre niña se le hubiese
enredado el pensamiento. Este efecto se presenta de manera alternada en
distintos momentos de la narración a manera de inicio de capitulo que insiste
en la idea de confusión de la niña.
Acto
seguido se cede la voz a otra niña, amiga de Pecola, que comienza a describir
el relato de su historia. Así se da inicio al libro que narra la trágica historia
de una niña de color de once años, fea y pobre, que vive en los Estados Unidos
de la segunda guerra mundial, una época que queda retratada tristemente por las
maneras como la población blanca trataba
a la población negra, un periodo en el que la discriminación, la
denigración y en general el racismo estaba a la orden del día de una forma
impúdicamente explicita y clara.
Toni Morrison en esta obra busca profundizar y
a la vez visibilizar varios de los grandes problemas que la población negra
tenía que sufrir, como la demonización de la raza y su influencia en los miembros más indefensos
de ésta.
Ojos
azules está dividida en cuatro capítulos: Otoño, Invierno, Primavera, Verano;
cada uno de ellos narrado a partir de voces diferentes, generando la sensación
de estar confeccionado a retazos, sin embargo, forman una unidad muy
conexionada. A través de cada uno de estos capítulos se describe la historia de
cómo Pecola llegó a quedar embarazada de su padre y de las circunstancias que
abocaron a ese hombre a realizar tamaña atrocidad.
Aparte
de poner en el escenario literario su visión acerca de temas tan diversos como
la demonización de la raza negra, la
autoaversión, el concepto de belleza impuesto, la silenciada voz femenina o la
infancia truncada, Morrison presenta a manera de epílogo las claves que la
movieron a escribir la obra, explica de forma detallada, acercando a esa
realidad a quienes no han vivido esa
problemática social de primara mano, exponiendo los mecanismos que se emplean
para demonizar grupos sociales, o incluso personas en particular, y la forma
como estas prácticas toman fuerza en los individuos que las sufren llevándolos
incluso al desprecio de si mismos.
LOS
OJOS MÁS AZULES DEL MUNDO
Vivir en un mundo donde a
cada instante se nos cruza en el camino algo que implica establecer una distinción entre lo
lindo, lo adorable, lo bonito, lo feo, y si bien es cierto que generalmente se
emplea la palabra “bello” para referirse a lo que reúne las cualidades
necesarias para dicha clasificación, también es cierto que nunca apreciamos el
impacto que el uso de esto tipo de adjetivos puede generar en quienes reúnen
estas cualidades o en su defecto carecen de ellas.
Examinar rostros
desprovistos de belleza, imbuidos en un silencio genético que no se atreve a
dar razón de sus caprichos estéticos, convierten ese ideal en algo no sólo para
contemplar, sino también, en algo que se quiere ser. Sobre todo, cuando más
alejado se está de ello. La experiencia de develar ante sí mismo lo que en
realidad se es, el rezar por alcanzar una alteración tan radical, pero sobre
todo, el deseo implícito de la
autoaversión racial, el rechazo a ese otro que te mira en cada cita frente al
espejo, esa imagen desprovista de color, o por lo menos de los colores que te
pueden significar un atisbo de felicidad, generan un infierno con el que se
debe convivir, lo cual no significa que se acepte.
La reivindicación de la
belleza racial en los años sesenta era una acción necesaria, los cánones establecidos por una sociedad
blanca que determinaba los parámetros estéticos, debía abrir su espectro para
incluir como natural en su seno lo “bello” en otro color; en negro. Esta
necesaria afirmación de la belleza negra no debía ser una reacción sólo contra
la autoburla, la crítica humorística de la condición de ser negro, las
flaquezas raciales comunes en todos los grupos, sino contra las infundadas
ideas de inferioridad ligadas a una mirada externa que se reflejaban en lo más
hondo de la gente de color.
El efecto de demonización de
toda una raza, enquistado en conceptos tan antiguos como el bien y el mal,
ligados a elementos tan cotidianos y naturales como lo blanco y lo negro, en
donde lo blanco se intuye como íntimamente ligado a la concepción del bien, de
lo inmaculado, y lo negro antagónicamente se entiende como lo punible,
vergonzoso, ligado al mal, establece una estratificación tonal donde la gente
de color está en la parte más inferior de la escala valorativa.
Tiene
un cierto regusto: en algún lugar, muy en su fondo, subyace la aversión. Ella
la ha adivinado al acecho en los ojos de
todas las personas blancas. Eso es. La aversión debe ser hacia ella, hacia su
negrura. Todo en ella es fluido y expectante. Salvo su negrura, que es
pavorosamente estática. Y es la negrura lo que cuenta, lo que crea aquel vacío
con regusto a aversión en los ojos de los blancos. (pág. 64)
Este efecto autoaversivo
encuentra eco en algunos miembros del
mismo grupo racial, se establece una distinción interior donde hay “negritos”
pertenecientes no sólo al mismo grupo racial, sino a los más pobres y
desprotegidos, y otro grupo de “gente de
color” que se yergue impetuosa
sobre sus semejantes raciales, pero de quienes se diferencian por la
condición económica y los privilegios que ésta les ofrece. Negros empleando
negros, por el placer que esto les ocasiona; sentirse menos negros. Paliativos
para atenuar su oculta autoaversión.
Cuando un ser humano tiene
un poder lo usa, lo usa para demostrarle al otro que lo tiene. ¿Cuales son las
condiciones que reúne Pecola para ser víctima de los eventos que le destrozan
la época de su infancia? ¿Tiene ella la conciencia de lo que le sucede en tanto
víctima de su condición de negra en una sociedad en la que esa “cualidad”
determina ciertos grados de agresión permitida? ¿O simplemente es una nave al
garete en medio de ese mar en tinieblas?
La aparición de algunos
elementos significativos en la vida de Pecola determinan su creciente anhelo de
tener unos “Ojos Azules”, como los de las muñecas que les dan a las niñas
negras cada navidad, tan absurdo como la pretensión de los adultos de sugerir a
sus pequeñas hijas el papel de madres de unas supuestas muñecas de otro color;
blancas. Quienes se negaban a “ese” Juego como una de las migas de Pecola,
destrozaban el objeto que les resultaba ajeno. Otras encontraban en él su mayor
pretensión. Aparece entonces un juguete como producto de la distinción racial, no había muñecas
negras para las niñas negras, un elemento contrastante, interpretado en
términos de la condición de los negros como una negación de su existencia por parte de quienes
producían estos elementos. Era esa una forma de ejercer un tipo de poder ante
el otro, de eliminarlo, ante la imposibilidad
de incluirlo en una sociedad cuyos
referentes se limitaban un solo mundo; el mundo de los blancos.
Empezar ese relato de lo
terrible que ha de ser para una niña de once años sentirse no sólo fea dentro
de los estándares de su entorno, sino parte de una familia donde ninguno de sus miembros escapaba de esta
constante. Desentrañar este tejido de acontecimientos conduce a la protagonista
en un camino en el que debe soportar un
sinnúmero de ignominias, va más allá de
su color de piel, lo complementa su fealdad. Provenir de una familia de bajos
recursos económicos, los antecedentes familiares de un padre que fue abandonado
por su madre envuelto en restos de basura, expuesto a la burla de unos
“blancos” cuando tenía su primera relación sexual con una joven el día del
velorio de su tía. Una madre con un
defecto físico, una pierna atrofiada por una herida del pasado y cerrando el círculo
familiar un hermano que no obedecía a las reglas de la familia y ahondaba aún
más las ya existentes penurias.
Sumirse en un estado de
inferioridad inculcado socialmente, la desprotección de los más cercanos que
conviven en el mundo desquiciado de Pecola, y sobre todo, el inmenso vacío que
constituye el “no ser” parte de nada. La niña vislumbra un reflejo de esperanza
ante su primera menstruación, este evento la hace apta para engendrar, puede
tener hijos, ser algo más de lo que hasta ese momento ha sido.
-¿Tú
sabes para qué sirve?-preguntó Pecola, como si albergase la esperanza de
aportar ella la misma respuesta.
-Para
los bebés.-Maureen enarcó dos cejas como trazos de lápiz ante la obviedad del
asunto-.Los bebés necesitan sangre cuando están dentro de ti, y entonces, si
esperas un bebé, no te menstreas. Pero cuando no esperas ningún bebé no tienes
por qué ahorrar la sangre, y la sueltas.
La necesidad de exorcizar
los demonios que perseguían a los Breedlove, la familia de Pecola, encontraba
la redención en otra escena pintada de rojo, el mártir bíblico derramó su
sangre para la salvación de sus pecadores, la naturaleza permitió que la sangre
de esa niña fuera vertida ante su asombro y el desconocimiento de ese proceso
natural, como una esperanza que se presentaba en defensa de su propia salvación.
La violación de Cholly, el
padre de Pecola, victima de la “violación” de los blancos, de la violación de
su intimidad masculina, el sentir los focos de sus linternas escudriñar sus
partes genitales mientras consumaba el acto con una jovencita, y ser obligado a
continuarlo, creo en él cierta aversión hacía la joven que lo acompañaba y
quizá se reflejó en las demás mujeres. Esa violación se conectó con la
violación de su propia hija.
Aunque nadie diga nada, en
el otoño de 1941 no hubo Caléndulas. Creímos entonces que sí las Caléndulas no
habían crecido era debido a que Pecola iba a tener el bebe de su padre. Una
ligera inspección y un punto menos de melancolía nos habrían demostrado que no
fueron nuestras semillas las únicas que no germinaron: no lo hicieron las
semillas de nadie. Ni tan siquiera los jardines que dan frente al lago tuvieron
aquel año caléndulas. Pero tan profundo era nuestro interés por la salud y el
alumbramiento sin problemas del bebé de Pecola que no podíamos pensar en otra
cosa que nuestra propia magia: si plantábamos las semillas y proferíamos las
palabras adecuadas, brotarían y todo marcharía bien. (pág. 11).
El campo estaba dispuesto
para albergar en él las semillas, Pecola se encontraba apta para tener hijos,
ya menstruaba. La presencia de su padre, la soledad del hogar, el efecto del
licor que recorría el cuerpo del hombre, fueron quizá parte de la bomba atómica
que se gestaba en el lugar. Aquella apariencia debía corresponder al diablo:
sosteniendo el mundo en sus manos, a punto de estrellarlo contra el suelo y desparramar
sus rojas entrañas para que los negros pudieran saborear su cálida dulzura. Si
el demonio tenía aquel aspecto Cholly se le asemejaba, ahora el vigoroso diablo
negro estaba eclipsando el sol y se disponía a despanzurrar el mundo. Dios era
blanco. El diablo negro. Ahora Pecola estaba en manos de uno de los Dos.
Un padre que nunca pudo dar
algo bueno a su hija, pero en un instante sintió una tardía obligación de
hacerlo.
Era una niña, la vida no la
había quemado aún, ¿Por qué no era feliz? La clara manifestación de su
infelicidad era una acusación. Él habría querido partirle el cuello, pero
tiernamente. La culpa y la impotencia se lazaron en un dúo bilioso. ¿Qué podía
él hacer por ella? ¿Qué podía darle? ¿Qué podía decirle? ¿Qué podía un negro
arruinado y consumido decirle a la espalda encorvada de su hija de once años? (pág.
202).
El círculo se estaba cerrando, abrazando con
sus giros inesperados toda la pobreza, el desasosiego, la furia contenida, pero
sobre todo, la autoaversión sembrada por innumerables desprecios, por la
sensación de inferioridad en la que los similares a la familia Breedlove habían
vivido, soportado en silencio. El círculo se cerraba pero consumía en sus
entrañas las ilusiones de Pecola, sus ilusiones de tener unos ojos azules que
creyó un adivino podía ayudarle a conseguir, el conjuro sólo tuvo efecto en su
mente infantil. El nuevo círculo que ahora aumentaba de proporciones en su
vientre infantil, no se consumaría, pues al igual que las caléndulas no
germinaría. Esa “parcelita de tierra negra” en la que el padre de Pecola
derramó su simiente no dio frutos. Las semillas se secaron y murieron; el bebé
también. Sólo quedó Pecola y la tierra improductiva.
La ternura
fluía ascendente en su interior, y él se hincó de hinojos, prendida la mirada
del pie de su hija. Avanzó a gatas hacia ella, levantó la mano y asió el pie
cuando éste se movía hacia arriba. Pecola perdió el equilibrio y estuvo a punto
de caer al suelo. Cholly levantó la otra mano hasta su cadera para que no se
inclinara. Bajó la cabeza y mordisqueó la cara trasera de su pierna. Le tembló
la boca al encontrar la firme dulzura de la carne. Cerró los ojos, dejando que
los dedos se afanaran en su cintura. La rigidez de su cuerpo paralizado, el
silencio de su garganta atontada eran mejores de lo que la risa fácil de
Pauline había sido. La confusa
mescolanza entre los recuerdos que él tenía de Pauline y la comisión de un acto
demente y prohibido le excitó, y un relámpago de deseo recorrió sus genitales
dando magnitud a su pene y ablandando los labios de su ano. En torno a su
apetito carnal parecía existir una frontera como de cortesía: quería joder,
pero tiernamente. La ternura, sin embargo, no duraría. La estrechez de aquella
vagina era mayor de lo que él podía soportar. Su alma pareció escurrirse
vientre abajo y colarse en la angosta envoltura, y la gigantesca embestida con
que él consumó su entrada provocó el único sonido que emitiría: una sorda
succión de aire en el fondo de su garganta. Como la rápida perdida de aire de
un globo circense. (pág. 204).
La trama de situaciones daba
fin al trágico y prematuro espectáculo de la vida de Pecola, la representación
de su vida en las estaciones del año ahora llegaban al ocaso de su inocencia y
de su infancia, la autoaversión propiciada por una sociedad que no admitía sus
diferencias, que los excluía, creó en su vida una última visión, una visión
triste, el daño causado fue total.
Un último grito desesperado,
el Espiritualista y lector Psíquico, como se anunciaba en la tarjeta que la
niña había obtenido, la única esperanza que aferraban sus pequeñas manos, el
hombre que prometía indicar el origen de los males de sus clientes, quien
prometía indicar el camino a la salud, hacer que la mala suerte deje de
perseguir a quienes buscan en él el consuelo que el resto del mundo no les
proporciona; Soaphead Church.
-¿Qué
puedo hacer por ti, pequeña?
Ella
estaba parada con las manos cruzadas sobre el vientre, una barriguita
ligeramente pronunciada.
-Quizá.
Quizá pueda usted hacerlo por mí.
-¿Hacer
qué por ti?
-No
puedo ir más a la escuela. Y pensaba que quizá usted podría ayudarme.
-¿Ayudarte
de qué modo? Cuéntame. No tengas miedo.
-
Mis ojos.
-¿Qué
pasa con tus ojos?
-Los
quiero azules. (pág. 217)
El
hombre en una mezcla de impotencia y lástima no pudo más que compadecerse de la
niña, de toda su tragedia. Ella pensaba
que todo terminaría al obtener
unos ojos azules, como los de las niñas blancas, como los de las fotografías de
las envolturas de los caramelos o las
cajas de cereal, quizá de esa manera el acto incestuoso que ahora hacía más
pesadas sus cargas, sería aligerado. Pero no fue así.
Él
no podía cumplir sus promesas, sólo atinó a exclamar su protesta a quien
consideraba como el culpable de que un alma tan indefensa estuviera ante él
requiriéndole para un imposible.
A
QUIEN TANTO ENNOBLECIÓ, AL CREARLA, LA HUMANA NATURALEZA
Amado
Dios:
Es
propósito de esta carta familiarizarnos con ciertos hechos que, o bien han
escapado a Vuestra atención, o bien Vos habéis preferido ignorar. (pág. 220).
Biografías.
Pecola
Niña de once años de edad,
hija de Charles “Cholly” Breedlove y Pauline Breedlove. Tiene un hermano mayor
llamado Sammy. El mayor anhelo de Pecola es tener los ojos azules como los de
las niñas blancas. Admiradora de la figura de Shirley Temple que aparece en las
tazas en las que se sirve el desayuno, también de los dulces Mary Jones, cuyas envolturas presentaban a
una mujer de cara blanca y sonriente, con cabellos rubios en gracioso desorden
y en especialmente unos ojos azules.
Charles “Cholly” Breedlove
Padre de Pecola y Sammy,
esposo de Pauline. Se caracteriza por ser un alcohólico, frecuente consumidor
de Wiski, su madre lo abandonó cuando era un bebe arrojándolo a la basura, su
tía lo rescató y lo crío. Su padre huyo al enterarse que su m adre estaba
embarazada.
Claudia
Niña de nueve años de edad,
hermana de Frieda, hija de la Sra. Mac Teer.
Presenta una clara posición de rechazo frente a los esquemas de belleza
impuestos por la sociedad blanca. Gusta de destruir muñecas blancas que le son
regaladas en navidad.
Frieda
Hermana de Claudia, hija de
la Sra. Mac Teer. Tiene once años de edad. Contrario a su hermana Claudia admira los atributos de
las niñas blancas, y alguna manera se siente apreciada cuando
alguna sin importar la circunstancia la dirige la palabra.
Sra. Mac Teer.
Madre de Claudia y Frieda. Su
comportamiento con las niñas es apático, su relación generalmente se torna
distante. Siente cierta consideración por Pecola y su situación familiar. Ese
sentimiento tiene visos de lastima, que sin embargo, no se reflejan con total
claridad.
Mr. Henry Washington.
Es un hombre mayor que vive
en condición de inquilino en la casa de la Sra. Mac Teer, es amable con Claudia
y Frieda. Permanentemente saca a relucir su inclinación a las lecturas
bíblicas. Hace regalos de dinero y dulces
a las niñas. Guarda revistas de chicas desnudas. En una ocasión tocó
indebidamente a Frieda. Fue expulsado de la casa.
Miss Marie, China y Poland.
Tres prostitutas en
decadencia que viven en un apartamento en el segundo piso del antiguo local de muebles en el que vive la
familia de Pecola. Ellas a diferencia de las demás personas no se burlan de su
fealdad. Le regalan dulces y vestidos y le cuentan historias de sus antiguas
relaciones con algunos hombres. Miss Marie alguna vez prestó sus servicios a
una agencia de inteligencia del estado para apresar a un delincuente.
Sr. Jacobowski.
Es un hombre blanco de 52
años de edad, inmigrante, dueño de una
pequeña tienda del sector, a este lugar acuden las niñas a comprar golosinas. A
Pecola particularmente le llaman la atención los ojos azules de él.
Maureen Peal
Sensacional criatura de
ensueño, con largo cabello castaño reunido en dos trenzas que le colgaban
por la espalda. Era rica, por lo menos
de acuerdo a los patrones de ese grupo social, tan rica como la más rica de las
niñas blancas, vivía envuelta en atenciones y comodidades. En una ocasión salva
a Pecola de la agresión de otros niños.
Soaphead. (Elihue Micah
Whitcomb)
Hijo de un tal Sir Whitcomb,
un noble ingles arruinado. Fue predicador, aunque nunca tuvo parroquia,
visitaba las iglesias y se situaba como pastor invitado. Llega como inquilino a
la cas a de la señora Bertha Reese, allí instala un consultorio donde se
anuncia como un genuino Espiritualista y un Lector Psíquico nacido con poderes
para ayudar.
Me ha gustado mucho tu análisis de la obra, muy completo todo.
ResponderEliminarSin embargo, quería comentarte mi apreciación sobre el inicio de la novela, cuando dices que es la mente de Pecola. Realmente es la descripción de un cuento infantil muy conocido en EEUU que narra la historia de la "típica familia americana": la blanca e ideal familia con perro, gato y casa en propiedad, la familia perfecta. Morrison la emplea al inicio de algunos capítulos como contrapunto a la realidad de las familias que aparecen en "The bluest eye".
Saludos.
Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
ResponderEliminarVamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos
Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
ResponderEliminarVamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos
Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
ResponderEliminarVamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos