miércoles, 11 de julio de 2012

RESEÑA DE LA NOVELA OJOS AZULES






 


RESEÑA DE LA NOVELA :OJOS AZULES
 
La obra Ojos Azules de la escritora afroestadunidense Toni Morrison, aparte de ser su primera novela, examina los trágicos efectos de la imposición de la raza blanca de clase media, en ella se evidencian abiertamente los ideales americanos de la belleza, frente a esto como un espejo que distorsiona las imágenes aparece el rostro de Pecola, una niña afroamericana en busca de la identidad femenina, desarrollándose en medio de las distinciones que producto de la condición racial afectan a la población negra durante la década de 1940. 

La historia esta inspirada en una conversación que Morrison tuvo una vez con una compañera de escuela de primaria que deseaba tener los ojos azules. La conmovedora novela muestra la devastación psicológica de una joven negra, Pecola Breedlove, que busca el amor y la aceptación en un mundo que niega y devalúa  a la gente de su propia raza.
Pecola, la protagonista, desesperadamente anhela poseer las normas convencionales americanas de belleza femenina, es decir, piel blanca,  pelo rubio y los ojos azules, característica física sobre la cual se centra con mayor vehemencia la protagonista. Ella desea responder a los iconos establecidos, a las tradiciones estéticas popularizadas de la cultura blanca.
La obra presenta un breve capitulo en el que Pecola, la malograda protagonista, habla en una especie de monólogo interior en el que acaba enlazando todas las palabras como si a la pobre niña se le hubiese enredado el pensamiento. Este efecto se presenta de manera alternada en distintos momentos de la narración a manera de inicio de capitulo que insiste en la idea de confusión de la niña.
Acto seguido se cede la voz a otra niña, amiga de Pecola, que comienza a describir el relato de su historia. Así se da inicio al libro que narra la trágica historia de una niña de color de once años, fea y pobre, que vive en los Estados Unidos de la segunda guerra mundial, una época que queda retratada tristemente por las maneras como la población blanca trataba   a la población negra, un periodo en el que la discriminación, la denigración y en general el racismo estaba a la orden del día de una forma impúdicamente explicita y clara.
 Toni Morrison en esta obra busca profundizar y a la vez visibilizar varios de los grandes problemas que la población negra tenía que sufrir, como la demonización de la raza  y su influencia en los miembros más indefensos de ésta.
Ojos azules está dividida en cuatro capítulos: Otoño, Invierno, Primavera, Verano; cada uno de ellos narrado a partir de voces diferentes, generando la sensación de estar confeccionado a retazos, sin embargo, forman una unidad muy conexionada. A través de cada uno de estos capítulos se describe la historia de cómo Pecola llegó a quedar embarazada de su padre y de las circunstancias que abocaron a ese hombre a realizar tamaña atrocidad.
Aparte de poner en el escenario literario su visión acerca de temas tan diversos como la demonización  de la raza negra, la autoaversión, el concepto de belleza impuesto, la silenciada voz femenina o la infancia truncada, Morrison presenta a manera de epílogo las claves que la movieron a escribir la obra, explica de forma detallada, acercando a esa realidad  a quienes no han vivido esa problemática social de primara mano, exponiendo los mecanismos que se emplean para demonizar grupos sociales, o incluso personas en particular, y la forma como estas prácticas toman fuerza en los individuos que las sufren llevándolos incluso al desprecio de si mismos.



LOS OJOS MÁS AZULES DEL MUNDO
Vivir en un mundo donde a cada instante se nos cruza en el camino algo que  implica establecer una distinción entre lo lindo, lo adorable, lo bonito, lo feo, y si bien es cierto que generalmente se emplea la palabra “bello” para referirse a lo que reúne las cualidades necesarias para dicha clasificación,  también es cierto que nunca apreciamos el impacto que el uso de esto tipo de adjetivos puede generar en quienes reúnen estas cualidades o en su defecto carecen de ellas.
Examinar rostros desprovistos de belleza, imbuidos en un silencio genético que no se atreve a dar razón de sus caprichos estéticos, convierten ese ideal en algo no sólo para contemplar, sino también, en algo que se quiere ser. Sobre todo, cuando más alejado se está de ello. La experiencia de develar ante sí mismo lo que en realidad se es, el rezar por alcanzar una alteración tan radical, pero sobre todo,  el deseo implícito de la autoaversión racial, el rechazo a ese otro que te mira en cada cita frente al espejo, esa imagen desprovista de color, o por lo menos de los colores que te pueden significar un atisbo de felicidad, generan un infierno con el que se debe convivir, lo cual no significa que se acepte.
La reivindicación de la belleza racial en los años sesenta era una acción necesaria,  los cánones establecidos por una sociedad blanca que determinaba los parámetros estéticos, debía abrir su espectro para incluir como natural en su seno lo “bello” en otro color; en negro. Esta necesaria afirmación de la belleza negra no debía ser una reacción sólo contra la autoburla, la crítica humorística de la condición de ser negro, las flaquezas raciales comunes en todos los grupos, sino contra las infundadas ideas de inferioridad ligadas a una mirada externa que se reflejaban en lo más hondo de la gente de color.
El efecto de demonización de toda una raza, enquistado en conceptos tan antiguos como el bien y el mal, ligados a elementos tan cotidianos y naturales como lo blanco y lo negro, en donde lo blanco se intuye como íntimamente ligado a la concepción del bien, de lo inmaculado, y lo negro antagónicamente se entiende como lo punible, vergonzoso, ligado al mal, establece una estratificación tonal donde la gente de color está en la parte más inferior de la escala valorativa.
Tiene un cierto regusto: en algún lugar, muy en su fondo, subyace la aversión. Ella la ha adivinado al acecho en los ojos  de todas las personas blancas. Eso es. La aversión debe ser hacia ella, hacia su negrura. Todo en ella es fluido y expectante. Salvo su negrura, que es pavorosamente estática. Y es la negrura lo que cuenta, lo que crea aquel vacío con regusto a aversión en los ojos de los blancos. (pág. 64)          
Este efecto autoaversivo encuentra eco en algunos miembros  del mismo grupo racial, se establece una distinción interior donde hay “negritos” pertenecientes no sólo al mismo grupo racial, sino a los más pobres y desprotegidos,  y otro grupo de “gente de color”  que se yergue  impetuosa   sobre sus semejantes raciales, pero de quienes se diferencian por la condición económica y los privilegios que ésta les ofrece. Negros empleando negros, por el placer que esto les ocasiona; sentirse menos negros. Paliativos para atenuar su oculta autoaversión.
Cuando un ser humano tiene un poder lo usa, lo usa para demostrarle al otro que lo tiene. ¿Cuales son las condiciones que reúne Pecola para ser víctima de los eventos que le destrozan la época de su infancia? ¿Tiene ella la conciencia de lo que le sucede en tanto víctima de su condición de negra en una sociedad en la que esa “cualidad” determina ciertos grados de agresión permitida? ¿O simplemente es una nave al garete en medio de ese mar en tinieblas?
La aparición de algunos elementos significativos en la vida de Pecola determinan su creciente anhelo de tener unos “Ojos Azules”, como los de las muñecas que les dan a las niñas negras cada navidad, tan absurdo como la pretensión de los adultos de sugerir a sus pequeñas hijas el papel de madres de unas supuestas muñecas de otro color; blancas. Quienes se negaban a “ese” Juego como una de las migas de Pecola, destrozaban el objeto que les resultaba ajeno. Otras encontraban en él su mayor pretensión. Aparece entonces un juguete como producto  de la distinción racial, no había muñecas negras para las niñas negras, un elemento contrastante, interpretado en términos de la condición de los negros como una negación  de su existencia por parte de quienes producían estos elementos. Era esa una forma de ejercer un tipo de poder ante el otro, de  eliminarlo, ante la imposibilidad de incluirlo en una sociedad  cuyos referentes se limitaban un solo mundo; el mundo de los blancos. 

Empezar ese relato de lo terrible que ha de ser para una niña de once años sentirse no sólo fea dentro de los estándares de su entorno, sino parte de una familia donde  ninguno de sus miembros escapaba de esta constante. Desentrañar este tejido de acontecimientos conduce a la protagonista en un  camino en el que debe soportar un sinnúmero de  ignominias, va más allá de su color de piel, lo complementa su fealdad. Provenir de una familia de bajos recursos económicos, los antecedentes familiares de un padre que fue abandonado por su madre envuelto en restos de basura, expuesto a la burla de unos “blancos” cuando tenía su primera relación sexual con una joven el día del velorio de  su tía. Una madre con un defecto físico, una pierna atrofiada por una herida del pasado y cerrando el círculo familiar un hermano que no obedecía a las reglas de la familia y ahondaba aún más las ya existentes penurias.
Sumirse en un estado de inferioridad inculcado socialmente, la desprotección de los más cercanos que conviven en el mundo desquiciado de Pecola, y sobre todo, el inmenso vacío que constituye el “no ser” parte de nada. La niña vislumbra un reflejo de esperanza ante su primera menstruación, este evento la hace apta para engendrar, puede tener hijos, ser algo más de lo que hasta ese momento ha sido. 

-¿Tú sabes para qué sirve?-preguntó Pecola, como si albergase la esperanza de aportar ella la misma respuesta.
-Para los bebés.-Maureen enarcó dos cejas como trazos de lápiz ante la obviedad del asunto-.Los bebés necesitan sangre cuando están dentro de ti, y entonces, si esperas un bebé, no te menstreas. Pero cuando no esperas ningún bebé no tienes por qué ahorrar la sangre, y la sueltas.

La necesidad de exorcizar los demonios que perseguían a los Breedlove, la familia de Pecola, encontraba la redención en otra escena pintada de rojo, el mártir bíblico derramó su sangre para la salvación de sus pecadores, la naturaleza permitió que la sangre de esa niña fuera vertida ante su asombro y el desconocimiento de ese proceso natural, como una esperanza que se presentaba en  defensa de su propia salvación.

La violación de Cholly, el padre de Pecola, victima de la “violación” de los blancos, de la violación de su intimidad masculina, el sentir los focos de sus linternas escudriñar sus partes genitales mientras consumaba el acto con una jovencita, y ser obligado a continuarlo, creo en él cierta aversión hacía la joven que lo acompañaba y quizá se reflejó en las demás mujeres. Esa violación se conectó con la violación de su propia hija. 

Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo Caléndulas. Creímos entonces que sí las Caléndulas no habían crecido era debido a que Pecola iba a tener el bebe de su padre. Una ligera inspección y un punto menos de melancolía nos habrían demostrado que no fueron nuestras semillas las únicas que no germinaron: no lo hicieron las semillas de nadie. Ni tan siquiera los jardines que dan frente al lago tuvieron aquel año caléndulas. Pero tan profundo era nuestro interés por la salud y el alumbramiento sin problemas del bebé de Pecola que no podíamos pensar en otra cosa que nuestra propia magia: si plantábamos las semillas y proferíamos las palabras adecuadas, brotarían y todo marcharía bien. (pág. 11).  
El campo estaba dispuesto para albergar en él las semillas, Pecola se encontraba apta para tener hijos, ya menstruaba. La presencia de su padre, la soledad del hogar, el efecto del licor que recorría el cuerpo del hombre, fueron quizá parte de la bomba atómica que se gestaba en el lugar. Aquella apariencia debía corresponder al diablo: sosteniendo el mundo en sus manos, a punto de estrellarlo contra el suelo y desparramar sus rojas entrañas para que los negros pudieran saborear su cálida dulzura. Si el demonio tenía aquel aspecto Cholly se le asemejaba, ahora el vigoroso diablo negro estaba eclipsando el sol y se disponía a despanzurrar el mundo. Dios era blanco. El diablo negro. Ahora Pecola estaba en manos de uno de los Dos.
Un padre que nunca pudo dar algo bueno a su hija, pero en un instante sintió una tardía obligación de hacerlo.
Era una niña, la vida no la había quemado aún, ¿Por qué no era feliz? La clara manifestación de su infelicidad era una acusación. Él habría querido partirle el cuello, pero tiernamente. La culpa y la impotencia se lazaron en un dúo bilioso. ¿Qué podía él hacer por ella? ¿Qué podía darle? ¿Qué podía decirle? ¿Qué podía un negro arruinado y consumido decirle a la espalda encorvada de su hija de once años? (pág. 202).

 El círculo se estaba cerrando, abrazando con sus giros inesperados toda la pobreza, el desasosiego, la furia contenida, pero sobre todo, la autoaversión sembrada por innumerables desprecios, por la sensación de inferioridad en la que los similares a la familia Breedlove habían vivido, soportado en silencio. El círculo se cerraba pero consumía en sus entrañas las ilusiones de Pecola, sus ilusiones de tener unos ojos azules que creyó un adivino podía ayudarle a conseguir, el conjuro sólo tuvo efecto en su mente infantil. El nuevo círculo que ahora aumentaba de proporciones en su vientre infantil, no se consumaría, pues al igual que las caléndulas no germinaría. Esa “parcelita de tierra negra” en la que el padre de Pecola derramó su simiente no dio frutos. Las semillas se secaron y murieron; el bebé también. Sólo quedó Pecola y la tierra improductiva. 

La ternura fluía ascendente en su interior, y él se hincó de hinojos, prendida la mirada del pie de su hija. Avanzó a gatas hacia ella, levantó la mano y asió el pie cuando éste se movía hacia arriba. Pecola perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer al suelo. Cholly levantó la otra mano hasta su cadera para que no se inclinara. Bajó la cabeza y mordisqueó la cara trasera de su pierna. Le tembló la boca al encontrar la firme dulzura de la carne. Cerró los ojos, dejando que los dedos se afanaran en su cintura. La rigidez de su cuerpo paralizado, el silencio de su garganta atontada eran mejores de lo que la risa fácil de Pauline había sido. La  confusa mescolanza entre los recuerdos que él tenía de Pauline y la comisión de un acto demente y prohibido le excitó, y un relámpago de deseo recorrió sus genitales dando magnitud a su pene y ablandando los labios de su ano. En torno a su apetito carnal parecía existir una frontera como de cortesía: quería joder, pero tiernamente. La ternura, sin embargo, no duraría. La estrechez de aquella vagina era mayor de lo que él podía soportar. Su alma pareció escurrirse vientre abajo y colarse en la angosta envoltura, y la gigantesca embestida con que él consumó su entrada provocó el único sonido que emitiría: una sorda succión de aire en el fondo de su garganta. Como la rápida perdida de aire de un globo circense. (pág. 204).

La trama de situaciones daba fin al trágico y prematuro espectáculo de la vida de Pecola, la representación de su vida en las estaciones del año ahora llegaban al ocaso de su inocencia y de su infancia, la autoaversión propiciada por una sociedad que no admitía sus diferencias, que los excluía, creó en su vida una última visión, una visión triste,   el daño causado fue total.
Un último grito desesperado, el Espiritualista y lector Psíquico, como se anunciaba en la tarjeta que la niña había obtenido, la única esperanza que aferraban sus pequeñas manos, el hombre que prometía indicar el origen de los males de sus clientes, quien prometía indicar el camino a la salud, hacer que la mala suerte deje de perseguir a quienes buscan en él el consuelo que el resto del mundo no les proporciona; Soaphead Church.

-¿Qué puedo hacer por ti, pequeña?
Ella estaba parada con las manos cruzadas sobre el vientre, una barriguita ligeramente pronunciada.
-Quizá. Quizá pueda usted hacerlo por mí.
-¿Hacer qué por ti?
-No puedo ir más a la escuela. Y pensaba que quizá usted podría ayudarme.
-¿Ayudarte de qué modo? Cuéntame.  No tengas miedo.
- Mis ojos.
-¿Qué pasa con tus ojos?
-Los quiero azules.  (pág. 217)   
El hombre en una mezcla de impotencia y lástima no pudo más que compadecerse de la niña, de toda su tragedia. Ella pensaba   que todo terminaría  al obtener unos ojos azules, como los de las niñas blancas, como los de las fotografías de las envolturas de los caramelos o  las cajas de cereal, quizá de esa manera el acto incestuoso que ahora hacía más pesadas sus cargas, sería aligerado. Pero no fue así.
Él no podía cumplir sus promesas, sólo atinó a exclamar su protesta a quien consideraba como el culpable de que un alma tan indefensa estuviera ante él requiriéndole para un imposible.
A QUIEN TANTO ENNOBLECIÓ, AL CREARLA, LA HUMANA NATURALEZA
Amado Dios:
Es propósito de esta carta familiarizarnos con ciertos hechos que, o bien han escapado a Vuestra atención, o bien Vos habéis preferido ignorar.  (pág. 220).



Biografías.
Pecola
Niña de once años de edad, hija de Charles “Cholly” Breedlove y Pauline Breedlove. Tiene un hermano mayor llamado Sammy. El mayor anhelo de Pecola es tener los ojos azules como los de las niñas blancas. Admiradora de la figura de Shirley Temple que aparece en las tazas en las que se sirve el desayuno, también de los dulces  Mary Jones, cuyas envolturas presentaban a una mujer de cara blanca y sonriente, con cabellos rubios en gracioso desorden y en especialmente unos ojos azules.

Charles “Cholly” Breedlove
Padre de Pecola y Sammy, esposo de Pauline. Se caracteriza por ser un alcohólico, frecuente consumidor de Wiski, su madre lo abandonó cuando era un bebe arrojándolo a la basura, su tía lo rescató y lo crío. Su padre huyo al enterarse que su m adre estaba embarazada.   

Claudia
Niña de nueve años de edad, hermana de Frieda, hija de la Sra. Mac Teer.  Presenta una clara posición de rechazo frente a los esquemas de belleza impuestos por la sociedad blanca. Gusta de destruir muñecas blancas que le son regaladas en navidad.  
Frieda
Hermana de Claudia, hija de la Sra. Mac Teer. Tiene once años de edad. Contrario a  su hermana Claudia admira los atributos de las niñas blancas,  y  alguna manera se siente apreciada cuando alguna sin importar la circunstancia la dirige la palabra.
Sra. Mac Teer.
Madre de Claudia y Frieda. Su comportamiento con las niñas es apático, su relación generalmente se torna distante. Siente cierta consideración por Pecola y su situación familiar. Ese sentimiento tiene visos de lastima, que sin embargo, no se reflejan con total claridad.
Mr. Henry Washington.
Es un hombre mayor que vive en condición de inquilino en la casa de la Sra. Mac Teer, es amable con Claudia y Frieda. Permanentemente saca a relucir su inclinación a las lecturas bíblicas. Hace regalos de dinero y dulces  a las niñas. Guarda revistas de chicas desnudas. En una ocasión tocó indebidamente a Frieda. Fue expulsado de la casa.

Miss Marie, China y Poland.
Tres prostitutas en decadencia que viven en un apartamento en el segundo piso del  antiguo local de muebles en el que vive la familia de Pecola. Ellas a diferencia de las demás personas no se burlan de su fealdad. Le regalan dulces y vestidos y le cuentan historias de sus antiguas relaciones con algunos hombres. Miss Marie alguna vez prestó sus servicios a una agencia de inteligencia del estado para apresar a un delincuente.
Sr. Jacobowski.
Es un hombre blanco de 52 años de edad,  inmigrante, dueño de una pequeña tienda del sector, a este lugar acuden las niñas a comprar golosinas. A Pecola particularmente le llaman la atención los ojos azules de él.
Maureen Peal
Sensacional criatura de ensueño, con largo cabello castaño reunido en dos trenzas que le colgaban por  la espalda. Era rica, por lo menos de acuerdo a los patrones de ese grupo social, tan rica como la más rica de las niñas blancas, vivía envuelta en atenciones y comodidades. En una ocasión salva a Pecola de la agresión de otros niños.
Soaphead. (Elihue Micah Whitcomb)
Hijo de un tal Sir Whitcomb, un noble ingles arruinado. Fue predicador, aunque nunca tuvo parroquia, visitaba las iglesias y se situaba como pastor invitado. Llega como inquilino a la cas a de la señora Bertha Reese, allí instala un consultorio donde se anuncia como un genuino Espiritualista y un Lector Psíquico nacido con poderes para ayudar.




4 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho tu análisis de la obra, muy completo todo.

    Sin embargo, quería comentarte mi apreciación sobre el inicio de la novela, cuando dices que es la mente de Pecola. Realmente es la descripción de un cuento infantil muy conocido en EEUU que narra la historia de la "típica familia americana": la blanca e ideal familia con perro, gato y casa en propiedad, la familia perfecta. Morrison la emplea al inicio de algunos capítulos como contrapunto a la realidad de las familias que aparecen en "The bluest eye".

    Saludos.

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  2. Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
    Vamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos

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  3. Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
    Vamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos

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  4. Muy bueno y toca em lo más hondo los problemas que a futuro se. An gestar con más fuerza que los ya vividos
    Vamos camino a la más grandes xenofobia con un sólo discurso se viene el peor de lis facismos

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